La hebra en la tela

Flavio Hugo Ruvalcaba Márquez es mexicano y Doctor en Derecho. Ha cultivado los géneros de novela, cuento, ensayo, poesía y crónica cultural. Es autor de las novelas El descanso del cambio, Las alas del árbol y La purísima desnudación de las notadas. La crónica cultural se ha reunido en la obra La lupa de Dalí. Su tesis doctoral se denomina Los dogmas y tabúes como fuentes del Derecho. Ha publicado poesía bajo el título La hebra en la tela. flamarel-8@hotmail.com

Thursday, August 04, 2005

SOLIPSISMOS

(Fachada del palacio de los Condes de Heras y Soto, sobresaliente ejemplo del barroco novohispano, sito en la esquina de las calles República de Chile y Donceles de la Ciudad de México. El tono rojizo de las paredes lo proporciona el recubrimiento de piedra de tezontle. Actualmente es sede del Archivo Histórico de la Ciudad. Fotografías tomadas la mañana del lunes 2 de febrero de 2009)
(Imágenes de la dañada cabeza de la Victoria Alada, caída de la Columna de la Independencia durante el terremoto que azotó a la Ciudad de México la madrugada del 28 de julio de 1957. Se localiza en el zaguán del palacio de los Condes de Heras y Soto. Un nuevo ángel fue colocado en su columna e inaugurado el 16 de septiembre de 1958. En 2006 el monumento fue sometido a un mantenimiento que le devolvió el esplendor original)
Cuando pierdo la razón y quedo loco, loco de hablar, alucinado, alunizado, externo al tiempo y obtuso en el espacio, me da por solipsismos. Claramente siento que el mundo existe porque vivo yo. Que nada habrá ni será cuando me muera. Que esto que oigo y veo y gusto y toco y que olfateo es simple potaje de la imaginación. Pero la puerta cruje y entras en el loco o es el loco quien sube a las dehesas. Entonces, hasta entonces, esta insania se vuelve explicación o de plano lo cuerdo se trastoca. Cuando pierdo el sextante y quedo loco, loco de hablar, sin libros ni conciencia, me da por solipsismos. Nítidamente, aritméticamente pienso que sólo existo yo, nada más, nadie más, que esta barahúnda de ser niño y aprender a leer a reír a escuchar la máquina de mi madre desmadejando el hilo y las nubes y el Sol, la noche y los inventos, la radio, las vacunas, la televisión las escuelas los automóviles las fotografías de mi padre en el ferrocarril y el llanto de mi madre en los rincones ante la tina del cáncer, y su tumba y crecer y crecer para huir a la Ciudad de México en plena adolescencia hasta volverme un hombre, y Santa María la Ribera y su kiosko y el tranvía de Insurgentes, la Plaza México, el Parque Hundido, la Narvarte, la Roma, los domingos de futbol en el estadio de CU, aquel concierto de Alfredo Zitarrosa las canciones de Silvio y Pablo Milanés y el eco entre columnas y el barrio de San Juan Mixcoac que son los fresnos que Octavio Paz oyó cantar que son los pájaros que vio con hojas, los maestros, las oficinas, las celebraciones y mi boda y mis hijos, los retratos, y una y otra vez Aguascalientes, el recuerdo, todo, todo eso y más son solamente sueño que sueña en otro sueño. Pero abro los ojos y sobre las gárgolas del manicomio te alzas tú, algebraica y visible en la hornacina de luz, más real que esta hipersensible sensación de mí, erizada de túneles y espinas y símbolos remotos, tan remotos, presocrática y voltaicamente socrática, epicúrea y estoica en un laberinto dual, idealista y solemne en tu materialismo, onírica marxista lúdica existencialista y parca de dogmas en el universalismo, sí, sí, te yergues ante mí llena de druidas, vedas y papiros egipcios, de cuñas babilónicas epígrafes griegos volúmenes sánscritos profetas judíos rollos del Mar Muerto poetas árabes germanas sinfonías y vasijas nahuas, empolvada en los estantes universitarios y alegre y parlanchina en los congresos. Estás allí, aquí, otra vez en la puerta, joven y hermosa como siempre en estos diez mil años, dispuesta a rescatarme, a regalarme con tu ofrenda en las dos manos que es una pregunta y su respuesta que es otra pregunta sin respuesta que es un zapapico y una pala que es un enterrar y un desenterrar un desenterrar y un enterrar de huesos que son verdad que son mentira que no maduran ni endurecen nunca. Un preguntar en trío que no responde. Un responder a dúo sin ninguna pregunta. Un enterrar a un desenterrar que rueda en círculos. Cuando conservo la razón y no estoy loco, sano de pensamiento, aluzado con el faro iridiscente de tu puerta que es la misma a que tocaron Zenón de Elea, Kant y Schopenhauer, tembloroso de una desquiciada emoción me da por vitalismos. *

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