La hebra en la tela

Flavio Hugo Ruvalcaba Márquez es mexicano y Doctor en Derecho. Ha cultivado los géneros de novela, cuento, ensayo, poesía y crónica cultural. Es autor de las novelas El descanso del cambio, Las alas del árbol y La purísima desnudación de las notadas. La crónica cultural se ha reunido en la obra La lupa de Dalí. Su tesis doctoral se denomina Los dogmas y tabúes como fuentes del Derecho. Ha publicado poesía bajo el título La hebra en la tela. flamarel-8@hotmail.com

Friday, November 09, 2018

ABRAZO O LA NOCHE ESTÁ SOLA


Tal vez hoy puedas devolverme aquel favor,
¿te acuerdas, amiga memoriosa,
cuando estaba lloviendo
y te sirvió mi abrazo y mi sombrilla?
No fue ningún favor pero así lo pensaste
y no es de caballeros contradecir.
Simplemente fui el hombre circunstancial
que te ayudó a cruzar la calle
una noche difícil, cenagosa.
Hoy, que llueve a cántaros,
puedes hacer algo por mí, amiga mía,
es muy sencillo:
sólo tienes que devolverme aquel abrazo.
Lo haremos de tal modo
que no sea mayor molestia
y no te quite demasiado tiempo
ni dejes de pensar en tus pendientes.
Lo describiré para que todo sea
tal como está previsto
y no vayas a decirte sorprendida:
al lugar que tú escojas
arribaré con anticipación;
tan pronto escuche el toc toc de tus tacones
abriré la puerta y sin decir palabra
mi mano derecha irá a tu espalda
y la izquierda atrapará tu cintura,
y al sentir que tus brazos me responden
yo, que soy el hombre que alguna vez
en lo más diluvioso de una noche
abrazaste y te abrazó,
reflexionaré que una mujer y un hombre
son seres diferentes,
muy diferentes en anatomía,
y esta verdad sin huesos hará volverme loco,
perderé la bondad, el equilibrio, la decencia,
me hundiré en una ponzoña articulada
y olvidaré mi nombre, el rostro de mis padres,
tu correo electrónico, mi dirección,
las tablas de multiplicar
y el símbolo químico del oxígeno;
apretaré tu cintura a mi pretina,
tu espalda a la respiración
para que no distingas mis pulmones de tus senos,
las areolas de los botones,
el bien del sur,
el norte del mal,
los confundas
y sientas como piedras los cartílagos,
oigas mi pulso cabalgar tus canillas
palpes mi sofocación en tu holograma
paladees el siglo XV con las manos
y yo me ruborice en tus mejillas
cierre mis párpados en la convocación
a tus demonios
y empiece a trasudar un musgo ciego
en tus retoños recientemente blandos
y a sacudir un río
y a hundirme en tus navajas
y a desollarte con un tigre sorprendido
hasta prender palmo a palmo en la escampada
los imperios procaces de mi nerviosa hombría
balbuceando incoherencias y aliteraciones
ante el cárcamo olímpico del clítoris.
¿Recuerdas aquella noche?
¿Recuerdas que dejó de llover
y no nos dimos cuenta?
Hoy puedo devolverte, hermosa mía,
si me lo permites,
el favor.
Tú dices dónde.
Tú dices cuándo.
Yo sólo puedo decirte el cómo.
Pero dímelo ya, amiga memoriosa,
porque la lluvia arrecia
y estoy temblando a mares, sudo sapos,
olvidé la sombrilla
y la noche está sola
en este infierno de agua.


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