NADA SABRÉ DE MÍ
Dentro de pírricos meses o minutos
que raudos se irán a perseguir las cabras
en silencio y vaporosamente;
con buena salud en unos años
que igual pudieran parecer milenios
que igual se fugarán como la tarde
vaporosa y silenciosamente,
ya no sabré que alguna vez nací.
Ignoraré del todo
que una mujer me regaló su centro
durante nueve húmedos meses
de los que no me queda pizca de memoria;
no tendré modo de saber
que del mullido algodón de su matriz
un escándalo en febrero y a deshoras,
un trajinar de palanganas y tijeras,
cambiaron mi cubil por un mazo de navajas
que sin piedad revolvió la habitación,
lo que sentí muy triste y me puso a llorar.
No sabré absolutamente nada,
nada,
de esta intermitente procesión de ideas
que me dan la cartesiana creencia
de que existo.
Se perderá para siempre mi conciencia,
que es el dedo que pongo sobre el mundo,
la alegría
y el recuerdo de las cosas,
de mis hijos,
de mis padres y abuelos
y de la mujer que al mediodía me amó,
sus cumpleaños,
las celebraciones, los sepelios;
se acabarán el buen apetito
y el placer de escribir, de trabajar,
de esta vida tan sana,
de maldecir los lunes;
terminará lo que algún día me preocupó,
y se olvidarán también los cien pecados
que no pude o no quise o no supe
dejar de cometer.
Tampoco recordaré
(no existe manera de saberlo)
la democrática fecha perentoria
en que la ruda combustión sea tanta
que pierda para siempre
la costumbre sutil de respirar.
Dentro de pocos años
o en este minuto de escritura,
en unos cuantos meses o segundos
que se irán vaporosos y en silencio
como todo silencio
seré sólo silencio,
el mismo silencio
que antes de nacer me sentenció,
y entonces ya nada,
lo que sentí muy triste y me puso a llorar.
No sabré absolutamente nada,
nada,
de esta intermitente procesión de ideas
que me dan la cartesiana creencia
de que existo.
Se perderá para siempre mi conciencia,
que es el dedo que pongo sobre el mundo,
la alegría
y el recuerdo de las cosas,
de mis hijos,
de mis padres y abuelos
y de la mujer que al mediodía me amó,
sus cumpleaños,
las celebraciones, los sepelios;
se acabarán el buen apetito
y el placer de escribir, de trabajar,
de esta vida tan sana,
de maldecir los lunes;
terminará lo que algún día me preocupó,
y se olvidarán también los cien pecados
que no pude o no quise o no supe
dejar de cometer.
Tampoco recordaré
(no existe manera de saberlo)
la democrática fecha perentoria
en que la ruda combustión sea tanta
que pierda para siempre
la costumbre sutil de respirar.
Dentro de pocos años
o en este minuto de escritura,
en unos cuantos meses o segundos
que se irán vaporosos y en silencio
como todo silencio
seré sólo silencio,
el mismo silencio
que antes de nacer me sentenció,
y entonces ya nada,
nada,
nada sabré de mí.
*
nada sabré de mí.
*
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