PARAÍSO
Si acaso alguna vez, helando el tiempo
o apenas destile este minuto,
del pavimento liso un surco amaneciese
y sorprendida sangre se viera al aire libre
mirando como un niño el mundo seco
mientras las ruedas de la moto encallan;
si acaso alguna vez, yo no lo quiera,
un tráiler comprimiese mi cerebro
o la curva del talud el puente desraizara
mientras crujen mis huesos como ardillas;
si acaso alguna vez, sólo si acaso,
en moto y de morir me difumino,
tres cosas les encargo por favor:
Primeramente
que tomen en cuenta, muy en cuenta,
que morir en una moto resulta privilegio
para un hombre que no tuvo enfermedades,
que repudió los analgésicos y las pastillas
y amó la Libertad en los caminos;
si muero así no muero triste
porque no estuve enfermo,
jamás me aburrí
ni tuve ocasión de arrepentirme,
y no me gustaría que la tristeza
fuera el adiós de un día tan memorable.
Lo segundo que ruego es que desistan
de buscar a quién echar la culpa:
ni el trailero dormido en el arnés del viaje
ni el árbol que apretó las rodillas
ni el borracho que puso a bailar la carretera
ni la lluvia mordaz
o la grava del bache en el aceite:
nadie excepto yo fue responsable
porque siempre fue mía la voluntad
de dos ruedas rodar contra natura.
El último encargo que les pido
(que puede ser en importancia lo primero)
es que acepten sin alegación
que al morir de motomuerte
se prueba sin dudas la existencia de Dios
pero también algo más importante:
que no lo dirige la venganza,
pues estaría premiando a la última de sus criaturas,
las más despreciable,
alguien que jamás se cansó de ningunearlo
y de decirle Nada,
invención de hechiceros, engaño colectivo,
fórmula crematística,
inútil entelequia de ignorantes.
Si al final de motomuerte muero,
ténganlo por seguro,
no solamente existe Dios:
hay Paraíso.
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