La hebra en la tela

Flavio Hugo Ruvalcaba Márquez es mexicano y Doctor en Derecho. Ha cultivado los géneros de novela, cuento, ensayo, poesía y crónica cultural. Es autor de las novelas El descanso del cambio, Las alas del árbol y La purísima desnudación de las notadas. La crónica cultural se ha reunido en la obra La lupa de Dalí. Su tesis doctoral se denomina Los dogmas y tabúes como fuentes del Derecho. Ha publicado poesía bajo el título La hebra en la tela. flamarel-8@hotmail.com

Friday, January 05, 2007

LA FELICIDAD

(Típica imagen de alguien que se ríe de sí mismo, en su ignorancia y ante las adversidades de la vida. En la pared occidental se observa la pajarera a que puntualmente acuden por las mañanas los alegres visitantes de la casa) Docto señor era Aristóteles cuando afirmaba que la felicidad consiste en la virtud en práctica y en tener una reserva de bienes suficientes que nos hagan magnánimos y más independientes. Su lógica, la sindéresis, me parecen correctas y suscribo sin ambages estas sabias propuestas. Pero mantengo dudas de si son suficiente la felicidad reclama algo más de las mentes. No todos los seres virtuosos son siempre tan felices y algunos sienten su vida unamunamente triste. Otros hacen de la virtud la celda del temor y practican el bien sólo para la premiación. A pesar de todos los dones que canta en su laúd hay infelices virtuosos en plena juventud. El dinero no garantiza la buena existencia ni nos quita el dolor, el hartazgo o la tragedia. Y en el extremo observamos curtidos pecadores que van por el curvo mundo contando sus primores sin que ninguna autoridad familiar o eclesiástica los convenza que el pecado es la tristeza del alma. Por lo tanto, hay algo en el motor de nuestras vidas que fue impenetrable al examen del estagirita. Pensemos al revés: sabemos que la infelicidad tiene tres bocas: el miedo, el egoísmo, la vanidad. La felicidad depende de las tres coyunturas. Esas apetencias no duermen, no descansan nunca, piden noche y día, como el estómago de un ogro, abriendo y cerrando, cerrando y abriendo su antojo. Es inútil detenerlas pues son naturaleza y la civilización les da mayor consistencia. No es posible desaparecer esas tercas hambrunas pero sí podemos luchar contra sus desmesuras: morigerar el miedo, la vanidad, el egoísmo, y sobre todo, reír siempre de nosotros mismos. Docto. señor era Aristóteles, no cabe duda. Su Ética a Nicómaco es estar entre columnas. *

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