La hebra en la tela

Flavio Hugo Ruvalcaba Márquez es mexicano y Doctor en Derecho. Ha cultivado los géneros de novela, cuento, ensayo, poesía y crónica cultural. Es autor de las novelas El descanso del cambio, Las alas del árbol y La purísima desnudación de las notadas. La crónica cultural se ha reunido en la obra La lupa de Dalí. Su tesis doctoral se denomina Los dogmas y tabúes como fuentes del Derecho. Ha publicado poesía bajo el título La hebra en la tela. flamarel-8@hotmail.com

Friday, December 21, 2007

SI AL DESPERTAR


Si al despertar sientes que no dormiste solo, escribiste
un día pero no lo entendí.
Ahora que ha transcurrido tiempo y soy el que te amo,
lo digo con una certeza indubitable:
si al despertar tú sabes que no dormiste sola,
que de la amplitud de la almohada no te sobró ningún espacio
e hiciste de la noche un paraíso,
es que realmente ni un minuto dejé de acompañarte
bajo las sábanas de lino blanco
y oyendo la lluvia desaguar en tu pecho.
Desde mi lejano país de serpientes devoradas por águilas
supe volar a tiempo para que no durmieras sola,
para que tu sueño fuera perfecto y contundente,
vigilado,
nutricional,
libre de pesadillas y de preocupaciones.
Si al despertar tú sabes que no dormiste sola,
es verídicamente cierto,
científicamente correcto.
A tu nocturna invocación respondí de inmediato
y me salieron alas,
hice del continente un barrio
y fue como cruzar la calle y entrar por tu ventana,
eso sí, a hurtadillas y silenciosamente
para que nadie, nadie nos preguntara nada.
Si al despertar tú sabes que no dormiste sola,
yo te lo explico:
apenas me soñaste dejé mi quehacer para otra hora,
me puse los zapatos
y corrí y corrí hasta anclar en tu casa,
trepé por el árbol que besa los cristales,
me descalcé para matar el ruido
y me acerqué a tu lecho en la penumbra
donde yacías tan frágil y entregada
con las manos anidando las flores de tu rostro
y las rodillas dobladas hacia el buró,
tu vasito con agua y mi retrato
sobre la carpeta donde tienes la lámpara,
las zapatillas en desorden despintando la alfombra
y tu vestido de chifón en una silla,
con los dobleces como si hubieras regresado de Cariló,
allí, al lado de menjurjes cosméticos
y de los broches que usas para el pelo,
pelirroja y beatífica,
tan candorosa en tu pequeña muerte
que de pronto sentí la extraña sensación
de que era yo quien te soñaba,
y reponiéndome
fui a tu cuidado apartando las sábanas
y te abracé,
te abracé tiernamente,
tiernamente para que siguieras dormida,
durmiendo y navegando el paraíso profundo de silencios
como un ángel feliz en su domingo
mientras yo detenía la respiración, el pulso,
para no despertarte.
Cada vez que sientas a la noche triste,
hermosa amiga mía,
no te preocupes: sólo cierra los ojos y háblame,
mis brazos vueltos alas te arrullarán en un instante.
Y si al despertar imaginas que no dormiste sola
y piensas en mi nombre,
por favor no me llames,
no me despiertes,
déjame dormir un rato más,
hasta la tarde.
Si al despertar sientes que no dormiste solo, escribiste
un día, y ya lo entiendo.

*

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