LOS PRISIONEROS ILUMINADOS
El día es nuestra diaria reclusión de luz.
Apenas unas nubes,
unos cerros sobre el nivel del mar,
un bosque no tupido, unas paredes
y el horizonte curvo
podemos observar.
El mismo Sol se niega a ser mirado
y es un muro impenetrable.
El día es nuestra diaria reclusión de luz
y en ella los humanos
somos los prisioneros iluminados.
El día es nuestra diaria reclusión de luz,
la hora donde estamos despiertos
y nos sentimos cómodos,
de aquí para allá,
de allá para acá,
en las oficinas y en los talleres,
en las fábricas
o en los automóviles
o en una taberna,
de aquí para allá,
viviendo y trafagando y batallando
de allá para acá.
El día es nuestra diaria reclusión de luz
y con un poco de saber lo que miramos
creemos que ya somos seres libres
herederos del Siglo de las Luces
y de la Libertad.
Pero llega la noche y se borran las nubes.
Llega la noche y se pierden los senderos.
El bosque, las paredes,
el horizonte curvo son apenas
la sombra de los vecinos,
y difícilmente nos vemos la punta de los pies.
Ante la escasa visibilidad
levantamos los ojos hacia el cielo y allí están:
cientos de miles de millones allí están:
miles de millones de billones allí están:
las estrellas que no estaban allí están,
con sus incendios titubeantes
en su inmensa propiedad de luz,
miles de millones de galaxias
que no estaban allí están,
ante los telescopios o a la vista están allí,
diseminadas o en grumos, misteriosas
en el cielo finito o infinito están allí.
No siento el espanto de Pascal.
Más bien una como calma y el sosiego,
una inmanencia
al salir de mi cárcel,
disfruto esta quietud, esta amplitud,
la placidez
al dejar la diaria prisión que nos enerva
donde picamos un cascarón convexo
y nos contagia la ceguera
de Homero, de Demócrito y de Borges.
En lo más profundo de la noche
los ojos nos dan el infinito,
lo eterno,
el absoluto,
las preguntas,
y el espíritu me pone en mi lugar:
soy esta arena,
una frágil ramita,
un ego insoportable
pero soy libre, libre, libre por fin del día,
de mi prisión de luz
que no me deja ver.
Y con el espíritu hacia fuera
y el cuello en lo redondo,
al margen de respuestas
puedo sentir el Todo
abarcando este creador Silencio
y la piel se me riza
y sudo estrellas
cuando con claridad nocturna
me doy cuenta
que en el finito o infinito cielo
sin necesidad de morir
estoy adentro.
*
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