La hebra en la tela

Flavio Hugo Ruvalcaba Márquez es mexicano y Doctor en Derecho. Ha cultivado los géneros de novela, cuento, ensayo, poesía y crónica cultural. Es autor de las novelas El descanso del cambio, Las alas del árbol y La purísima desnudación de las notadas. La crónica cultural se ha reunido en la obra La lupa de Dalí. Su tesis doctoral se denomina Los dogmas y tabúes como fuentes del Derecho. Ha publicado poesía bajo el título La hebra en la tela. flamarel-8@hotmail.com

Tuesday, January 01, 2008

CARTA DE ATACAMA

Vida: Si algún día, después del ajetreo con que sacudes es cosa inevitable que fallezca y ese lugar o forma o transición no es lo que hasta ahora me tienes prometido, vendré desde mi noche a jalarte los pies y a reclamarte que no me hiciste eterno saltando las piedras para cruzar el río que son las conciencias de todos los humanos, una tras una, una después de otra, otra antes de aquélla y así al infinito que es un inicio que concluye que no avanza que es un círculo sinfín. Te jalaré las orejas y no tendrás perdón. A gritos te acusaré de ser culpable de una broma pésima, extralógica, incomprensible, hasta que no tengas más remedio que corregir en una contraorden de elemental justicia para darnos eternidad a manos llenas, aquí, donde la necesitamos y queremos, en la Tierra, no ese remedo celestial de inciertos y absurdos contenidos que venden los mercaderes de los templos y los merolicos de las adivinanzas, sino la única deseable tras la muerte según las rectas intuiciones de la filosofía y las leyes químicas y biológicas, aquí en la Tierra, de carne y hueso y con espíritu tal como la anhelaba el pusilánime Unamuno, la vida que pulsamos enfrente de nosotros como una realidad incontrastable: nuestros hermanos que son más que mis hermanos, los hermanos que son mi alter ego y un mí dentro de todos esperando un turno de morir para tener mi nuevo yo y yo a partir de ellos, siempre ellos, siempre en ellos y ellos en mí. Si algún día, después del ajetreo con que sacudes es cosa inevitable que fallezca, me dará un gusto formidable: descansaré de mi cansancio acumulado y agitaré por fin mi aburrimiento, volveré a nacer, a ser un niño, un negro de Nigeria, un vendedor del Harlem, una mujer de Camboya, una vagabunda, el homicida, la madre Teresa, un soldado de Gengis Khan, un homosexual de San Francisco, un noble del siglo XVI, una matrona o una prostituta del Bronx y un esclavo en Pompeya, un tuberculoso en una triste buhardilla de París escribiendo poemas, una traductora de sánscrito, un fusilado, una bruja y un relajado de la Inquisición, un torturador, un narcotraficante, un premio Nobel, una soprano, un marqués o un condestable o un siervo de la gleba o un gladiador medieval qu su nombre sabré, todos al mismo tiempo y sucesivamente, miles de millones de vidas n secuencia y en una simultaneidad vertiginosa o lenta. Esto seré: lo que me gusta y lo que no me gusta de los otros. Esto soy ya: lo que a los demás les gusta o les disgusta, el bien y el mal entrelazados, el bien con su infaltable dotación de mal y el mal con su fiel argamasa de bondad, nadie perfecto, la vida sin un ángel ni un demonio: cada ser llevando en sí arcilla de ángel y yeso de demonios porque somos ángeles y demonios yuxtapuestos en proporciones variables y asimétricas y lo seguiremos siendo mientras exista el Tiempo. La vida es aprehensible porque hace sentir placer y dolor alternativa o simultáneamente. No hay vida en un placer eterno. No hay vida en un dolor permanente. Existo, luego la vida existe y la existencia es esta dualidad que palpo inseparable de dolor y placer, de placer y dolor que se entremezclan y por momentos brinca uno al cuello del otro. Si algún día, después del ajetreo con que sacudes es cosa inevitable que fallezca, lo tomaré con filosofía, como algo justo, sabio y entendible. Comprenderé que hay una verdad en el cogito, pero que Descartes ha sido superado por Sartre y los existencialistas porque captaron el yo a través de los otros. Entenderé también que el transvitalismo renueva la alegría: no nada más existe el yo y existe el otro sino que son la misma cosa. La muerte no sabe de misterios, es explicable como todo fenómeno, una transformación sin pausa ni final y está en la vida que nos circunnavega. La muerte es tan clara y explicable como un mediodía de verano austral en Atacama. No te digo adiós sino hasta siempre. Te quiero y sé que tú también me amas en esta complicidad inseparable. *

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