NO NECESITO TANTO
Para vivir no necesito tanto.
De lo que poseo
son muchas las cosas que me sobran.
El exceso de previsión y la fortuna
han hecho de mi vida una bodega:
catorce trajes en el perchero
y cinco pares de zapatos,
una casa para barrer todos los días
y pagar como pueda el recibo de luz,
un auto que tira aceite
como bendiciones un fraile dominico,
y una bicicleta que rechina como un catre.
Para vivir no necesito tanto.
Siendo sincero, hablando en plata limpia,
para vivir me bastan pocas cosas:
mis hijos, donde quiera que estén, a todas horas, saludables y felices,
un plato de arroz por las mañanas,
una mujer que aparte pesadillas
y me ame lo más lejos posible
y a quien yo ame lo más fuerte posible,
y esta tinta corriendo en mi cerebro.
Para vivir no necesito tanto.
Si aun con todo eso
acaso pudiera sentir algún vacío,
me bastaría el rosicler desde la carretera
cada dos o veintitantos meses,
y detenerme un rato donde huela a café.
Me bastaría la pira funeraria
del Cerro del Muerto
en los agrestes colores de la tarde.
Me bastaría el Sol a mediodía
y el mar de vez en cuando, no tan seguido,
cuando la calma y la soledad
le dan un parecido a los abuelos.
Me bastaría la conversación
de mis amigos
de vez en cuando,
mientras puedan reír y contar chistes y no sean tan indigestos.
Me bastaría un mail como una llovizna
de alguien que me sorprenda
y a quien yo también quiera recordar
con otro mail
otra llovizna.
Para vivir no necesito tanto.
Y si todo lo anterior fuera imposible
por alguna razón médica o física
me bastaría,
sé que me bastaría,
esperar los andrajos de mi turno
como se espera la llegada de las lluvias
sentado en la banqueta,
pues en ese momento, en ese instante de precisión,
estaría de vuelta en otros ojos
y en otro entendimiento
o en uno y todos juntos, es lo mismo,
y empezaría de nuevo todo
aquí en la Tierra.
Para vivir no necesito tanto.
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