COMO UNA CAÑITA O PAISAJE TERRITALISTA III
Como una cañita nos iremos doblando
segundo a segundo, noche tras noche,
hasta que al fin un día, a una hora cierta
que será perpetuada en el registro civil,
haremos de la carne un fino polvo
la espalda
los pies
y las caderas,
pulsaremos los núcleos de los astros, sus protones,
los huesos bajarán una escalera,
el estómago salando la lengua a los gusanos
y poco a poco
mientras el Sol revienta las ubres de las nubes
y la lluvia engullentuba
los gatos de la superficie,
sólo quedará un mínimo recuerdo
de un hombre o una mujer desfigurados
en la memoria rediviva de unos cuantos,
tal vez sus hijos o sus nietas, la esposa o el esposo
o un lector, quién sabe,
como un gaseoso retrato diluido
que en unos miles de años, no muchos,
nadie jamás recordará.
Sin embargo, no todo está perdido:
la ley de la Naturaleza inventa un recomienzo,
una resurrección aquí en la Tierra.
El tiempo es inestable y relativo,
una mesa de billar transvitalista
que nos lleva al pasado, al futuro, al pasado
y a sentarnos un ratito en el balcón de este presente.
La materia es el único absoluto.
Y el absoluto convoca la existencia.
Y al haber existencia están los cuerpos.
Cuando los cuerpos viven se alza una atalaya
para mirarse entre los cuerpos
que serán nuestros cuerpos algún día,
los mismos que observamos en la calle,
los mercados, el aula, los jardines,
las prisiones
y el periódico.
Habiendo cuerpo humano hay una mente.
En toda mente vive un yo.
En cada yo reinamos todos.
La vida intemporal es la respuesta,
vida tras vida,
a los sapos del idealismo solipsista.
Como una cañita nos iremos doblando
pero sólo para erguirnos en todas esas cañas
de este perverso y generoso
sublime y despreciable
trágico y lúdico infierno cielo cielo infierno
alegre cielo y triste infierno
y múltiple cañaveral eterno.
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