Hoy supe que moriste, amigo Alfredo,
y yo recuerdo, generoso jefe,
cuando una mañana el duelo nos juntó
aquel septiembre de los sismos
caminando en los escuálidos jardines
de La Ciudadela.
Tu sapiencia política
tuvo en mí su discípulo
pero no fui el mejor.
Pragmáticas ideas y teóricos ejemplos
son tu herencia
y somos muchos tus herederos.
Pero a mí me regalaste, bondadoso jefe,
una de tus frases ese día:
Hugo, —me dijiste mientras veíamos en el suelo
la sombra del polvo disfrazar la ciudad—,
las aguas tienen memoria,
y el lago de Texcoco
algún día regresará
y nadaremos otra vez, sobre las casas.
Al concluir tu reflexión el paso detuviste
como sorprendido por las ideas.
Hoy, que supe de tu muerte,
quiero recordarte en esa frase.
Tal vez tu vocación nunca fue de profeta
y nadie quiere que vuelvan los lagos.
Pero esa imagen que tus palabras crean
te cambió definitivamente:
ya no fuiste sólo el político,
mi preceptor en aquellas oficinas
a punto del colapso
de la Secretaría de Gobernación,
en Río de la Loza:
a partir de entonces eras también filósofo,
y en esa condición legaste para mí
este recuerdo.
Tu muerte se anticipa.
La tierra reclamó tu cuerpo.
Pero yo también tengo derecho a reclamar
tu retorno a este valle,
pues los cuerpos también tienen memoria.
*
(Este poema está dedicado a la memoria del licenciado Alfredo Stamatio López, quien fue Director de Coordinación con el Registro Civil de la Dirección General del Registro Nacional de Población de la Secretaría de Gobernación, en la época de los terremotos que sufrió la Ciudad de México los días 19 y 20 de septiembre de 1985. Nuestras oficinas se localizaban en un edificio de diez niveles en la avenida Río de la Loza, que a duras penas resistió el embate de la naturaleza; a unos cuantos metros había quedado sobre la calle la gigantesca antena de la empresa Televisa. Mi cargo era el de Jefe del Departamento de Estudios Legislativos. El licenciado Stamatio era un político profesional, serio, de un carácter noble, previsible, por lo que se ganó el respeto y el cariño de sus subordinados. Había sido Delegado Político en Cuauhtémoc, la delegación del Distrito Federal más importante en ese tiempo, cuando el regente era el profesor Carlos Hank González. Después de su paso por la Secretaría de Gobernación habría de tener otros desempeños importantes en las secretarías de Turismo, y de Agricultura y Ganadería, así como en otras dependencias federales y estatales. La anécdota que se narra es enteramente verídica; unos días después de los sismos fuimos reubicados en La Ciudadela, un histórico edificio cercano a la avenida Río de la Loza, donde difícilmente podíamos concentrarnos para realizar nuestro trabajo. Una mañana el licenciado Stamatio y yo nos encontrábamos caminando sin rumbo por los pasillos del jardín que se encuentra en el ala sur, junto a un acceso al metro Balderas; la zozobra y el dolor ante el tamaño de la tragedia nos pasmaba. Fue allí donde me externó esa idea que ahora rescato. Al momento se me hizo original y de una extraña belleza, tal vez por esa sensibilidad a flor de piel que en esos días se posesionó de todos los capitalinos, ante la magnitud del desastre. El día de hoy supe en voz de mi hermano Sergio Elías Ruvalcaba que el licenciado Stamatio falleció en su casa de Puebla, víctima de un cáncer).